La protectora

Mi diosa, a la que servía y creí un ser justo, prefirió castigarme y defenderlo a él, a ese individuo despreciable. Y aún me pregunto: ¿Fue mi culpa por ser mujer? ¿Aún cosas peores me esperan?

Aún las lágrimas no cesan y nadie quiere acercarse a mí, ni aquellos a los que consideré buenos y de corazón noble. Las cosas son tan injustas. Hoy con melancolía moro en este bosque de hombres de piedra. Recuerdo cómo hace tiempo aquellas personas idolatraban mi belleza, me pedían matrimonio y muchas miradas tentadoras querían poseerme. «Tus cabellos son hermosos, incluso podría decir más bellos que de la diosa a la que sirves», decían muchas voces.

Yo no podía casarme, ser una sacerdotisa siempre fue mi sueño, juré voto de castidad eterna, el sexo se eliminó completamente de mi vida, estaba fuera de mi alcance el compromiso con cualquier varón, debía ser virgen para dedicarle mis energías a mi diosa, no a una relación de pareja o a lo doméstico, ni al cuidado de los hijos, sino al servicio de ella. 

Todo mi mundo de alegría y paz acabó. Aquel día fui a caminar por las orillas del mar. Él me vio, desde entonces nunca me sentí sola y no es porque estuviera cuidada o protegida, sino que me sentía acechada. Muchas mujeres hemos percibido ello alguna vez. De alguna manera, sólo pasamos a ser un objeto, en su mayoría sexual, que alguien avizora esperando el momento indicado para tomarlo a su mejor conveniencia. Esa tarde, como otras veces, Poseidón apareció nuevamente. En esta ocasión vi en su mirada cierta perversidad y libido desenfrenada. Se acercó queriendo hablarme y corrí desesperada al templo en busca de auxilio. Él entró tras de mí, pedí con lágrimas y súplicas que se alejara, pero no lo hizo. En un ataque de pura lujuria, ese maldito ser entró al templo sagrado y me ultrajó delante de una estatua que un artista del pueblo había labrado en honor a mi diosa. Me robó la inocencia. Desde ese momento no podía continuar con mis servicios, ya ni elegible era para un matrimonio normal, pues ya no era virgen.  

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Al enterarse de lo acontecido, mi diosa enfureció, dijo que toda la ira se posaría sobre el culpable. Lo increíble es que no fue con él, sino conmigo. Ella estaba de parte de ellos: los hombres y de él. Me impuso un castigo por tener relaciones sexuales en su templo porque esto significó para ella profanar su santuario. «Desde que lo sedujiste te condenaste», gritó furiosa tras una bofetada que me envió al suelo. Vi en su mirada todo el odio consumado. «Hoy acabó tu vida, tus días de paz, tu belleza, todo. Te asemejarás a los cadáveres humanos, tu mirada, tu rostro, tu destino, se alejarán de ti y los hombres que te deseaban, que te buscaban y admiraban ahora te despreciaran. Tu aspecto quedará maldito para siempre». Consideró que aquel hecho inhumano fue mi culpa y lo protegió, sosteniendo que aquel acto era de la naturaleza de los seres masculinos.

Al poco tiempo mi piel se secó, se agrietó, mi largo cabello brillante y suave se convirtió en horribles animales rastreros, sentí cómo mis ojos se salían de sus cuencas, mi lengua hincharse e independientemente brotar de mi boca. Todo tipo de admiración de los hombres hacia mí se convirtió en repudio.

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No fue mi culpa, fui violada y perdí el estatus. Perdí mi belleza, mi capacidad de ver a alguien sin matarlo; y después de ello, fui desterrada y condenada a vivir en una isla remota. Mi diosa, a la que servía y creí un ser justo, prefirió castigarme y defenderlo a él, a ese individuo despreciable. Y aún me pregunto: ¿Fue mi culpa por ser mujer? ¿Aún cosas peores me esperan?

Solo me queda seguir mi condena. Las injusticias en este mundo no tienen límites, las injusticias se multiplican y se posesionan del mundo.

Ahora muchos hombres con espada en mano y un odio en el corazón vienen a intentar matarme. «¡Morirás, maldita Gorgona!», gritan con gran coraje antes de quedar convertidos en piedra. Lo único que me consuela es saber que pronto veré a mi bebé, no quiero que lo lastimen, no dejaré que nadie lo dañe.

¡Ya falta poco, ya falta poco!

Notas:

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* El contenido puede ser reproducido siempre que se brinden los créditos para el autor y/o la Asociación Élite Cultural Perú.

Félix Quispe Osorio - Asociación Élite Cultural Perú - Jauja

Lic. en Español y Literatura por la Universidad Nacional del Centro del Perú. Ha publicado plaquetas de microrrelatos y ha sido antologado en multiples publicaciones.

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