La cantidad: ¿problema o ventaja?
Considero que en un país con vasta diversidad cultural es comprensible que la mayoría de sus habitantes no logremos siquiera conocer de manera teórica la totalidad de alguna de ellas, sea por el enfoque memorístico de la educación actual o por el simple desinterés en su comprensión; por lo que pareciera que definir nuestra identidad cultural contempla un reto todavía mayor.
Compartiré alcances acerca de un cuestionamiento propio, cuyos principios y respuestas marcaron el inicio de una visión y comprensión de la “identidad” y por qué creo que es una cuestión muy importante en el desarrollo social, cultural, pero sobre todo, en el desarrollo personal, enfocado desde el punto de vista educativo. Por ello, espero pueda ser de apoyo no solo a involucrados en las ciencias sociales o áreas afines al estudio de la identidad cultural, sino más bien, a todos los agentes de la sociedad.
La referencia
Permítanme parafrasear y citar constantemente la compilación “Cuestiones de la Identidad Cultural” de Stuart Hall y Paul du Gay, cuyos conceptos y análisis, aunque datan de 1996, considero válidas y aplicables a día de hoy. Estos conceptos fueron formando mi perspectiva para poder contribuir y, sobre todo, desarrollarme en el contexto de una sociedad con mucho valor social y cultural, pero carente de un dinamismo y proactividad para con su legado, llegando incluso, a veces, a subestimarlo.
El punto de partida ha de ser definir la “identificación” y la “identidad” como tal, mencionando que estas no deben entenderse como la forma de reconocimiento de algún origen común o algunas características compartidas con otra persona o grupo o ideal; sino más bien, como una construcción continua, que en términos de los compiladores sería: “... El enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un proceso nunca terminado: siempre «en proceso». No está determinado, en el sentido de que siempre es posible «ganarlo» o «perderlo», sostenerlo o abandonarlo”.
Más adelante añaden:
“La identificación es, entonces, un proceso de articulación, una sutura, una sobredeterminación y no una subsunción[efn_note]Operación lógica en la que se establece una dependencia de afirmación individual a afirmación general.[/efn_note]. Siempre hay «demasiada» o «demasiado poca»: una sobredeterminación o una falta, pero nunca una proporción adecuada, una totalidad”.
Comprendemos entonces que la identidad resulta un proceso complejo incluso desde su propia definición. Siendo optimistas, es posible rescatar entonces que es posible obtener identidad siempre con un entendimiento previo de que no estará constituida de un solo elemento o característica, sino que siempre será una entidad compuesta.
Un proceso de constante cambio
Para argumentar que, a través del tiempo, la identidad nunca ha estado conformada por un elemento único, sino que siempre ha estado compuesto por diferentes elementos, los compiladores refieren: “El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos. Están sujetas a una historización radical, y en un constante proceso de cambio y transformación.”
Esto parecería una aseveración evidente en tiempos en los cuales todo en absoluto está influenciado en gran o menor medida por los adelantos tecnológicos y científicos. Un gran ejemplo es talvez el internet, no critico esto en lo absoluto, sin embargo, considero que algunas culturas han logrado influenciar a otras, resultado odría resultar contradictorio afirmar que la puesto que siempre es posible pensar que en el principio todo partió de una unicidad.
Nuestros compiladores redondean la idea que, a mi criterio, no hace falta volver a pensar, sino aplicar y difundir:
“...Aunque parecen invocar un origen en un pasado histórico con el cual continúan en correspondencia, en realidad las identidades tienen que ver con las cuestiones referidas al uso de los recursos de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no de ser; no «quiénes somos» o «de dónde venimos» sino en qué podríamos convertirnos, cómo nos han representado y cómo atañe ello al modo como podríamos representarnos. Las identidades, en consecuencia, se constituyen dentro de la representación y no fuera de ella. Se relacionan tanto con la invención de la tradición como con la tradición misma, y nos obligan a leerla no como una reiteración incesante sino como «lo mismo que cambia»”
Cambio de perspectiva
Entiéndase entonces, estimados amigos, el enfoque que busco dar a la interpretación de la identidad cultural, cuyo cimiento debe estar basado en utilizar los recursos que disponemos (culturales, históricos y turísticos) por muy insuficientes que puedan parecer, para de esta manera alcanzar mayores oportunidades de desarrollo. No ha de bastar con el puro entendimiento del origen y la naturaleza de los hechos, sino ir un paso adelante y utilizarlo como el impulso necesario para todo aquello que sea posible llegar a ser.
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