No importa cómo, lo importante es ganar. Parece que manejar los hilos de la política local hoy en día también constituye un verdadero arte
Preámbulo
Una Asociación de vivienda comunal es un tipo de organización que provee de terrenos a sus asociados y estos deben retribuir con asistencia a faenas y cuotas por mejoramiento de la Asociación. Casi siempre, este tipo de figuras organizacionales son sindicadas como traficantes de terrenos. Lima es una de las ciudades donde se gestan y desarrollan con relativo gran éxito (para los dirigentes claro está) estas organizaciones.
Dada la diversidad de ideologías y posturas políticas de los afiliados a cualquier organización, normalmente (y quizá lo correcto) una organización declara su neutralidad en época electoral, sin embargo, a puertas de las elecciones municipales y regionales, existe una asociación de vivienda comunal en Jicamarca – Lima (con dirigentes sindicados también como traficantes de terrenos) que no se ha molestado en apoyar de manera desvergonzada la candidatura de una conocida dirigente del partido del ‘torito’.
Lo malo, por supuesto, no es apoyar una candidatura. Lo malo está en utilizar los recursos de la organización y sobre todo obligar a sus afiliados a vestir un polo y cargar una bandera con el símbolo de la organización política a la que apoyan los dirigentes y condicionarlos (obligarlos) a ser parte de las caravanas y mítines. Entonces pues es fácil deducir que el respaldo que recibe cierto grupo político muchas veces no es más que una gran farsa y está incentivado por los dirigentes que buscan el beneficio personal, configurando entonces mafias organizadas o, como mínimo, mafias potenciales.
Pero claro, podríamos caer en el error de pensar que un escenario como el descrito solo es posible en las grandes urbes, donde quizá todo, o gran parte, se encuentra sistemáticamente corrompido. Pues bien, como en este blog suelo contar algunas de las más insólitas experiencias acontecidas en Jauja…
Acompáñame a ver esta triste historia...
A inicios de agosto asistí a algunas aperturas de campaña (política) de algunos amigos que están postulando para diferentes cargos políticos, en parte por la amistad que nos une y también para desearles suerte en la contienda y exhortarles que, pase lo que pase, no se vuelvan parte de lo que tanto se condena en política.
En una de esas reuniones me presentaron a uno de los candidatos favoritos de un distrito de Jauja que, cuando le dijeron que formo parte de una asociación cultural, soltó una frase que me desencajó bastante: “Hay que trabajar por ellos pues…”. En ese momento, el candidato captó mi atención, lo vi a los ojos y noté, de alguna manera, una mirada llena de hipocresía. Fue como si sus ojos me estuvieran diciendo: “tu y yo sabemos que eso no es cierto”. Esa frase me marcó. Fue una declaración tan fingida y descarada que, estoy seguro, él mismo candidato se da cuenta que solo dijo lo que dijo por costumbre o porque no tuvo nada más que decir. Siento decir entonces que es muy probable que sus frases y promesas tengan un componente de ficción que solo sirve para la captación de votos incautos.
Por si fuera poco, salieron de un ambiente (de la casa donde estábamos reunidos) un numeroso grupo de personas entre los cuales el candidato me presentó a su esposa, a su hija, a su sobrino, a su tío, a su hermano y un poco más a su perro. Aunque es normal recibir el apoyo de nuestros seres queridos en cualquier proyecto emprendido, pude notar la pésima interpretación de apoyo y más bien irradiaban un desmedido interés por tomar el poder a como de lugar. Con esto me queda claro no solo que el liderazgo de un candidato distrital abarca poco más que su entorno más cercano, sino también que el supuesto apoyo que reciben dista mucho de lo que se conoce como persuasión para dirigir a las masas. No hace falta ser brillante para poder extrapolar este patrón a un candidato provincial y también a un candidato regional, donde la figura de liderazgo y la persuasión de masas queda opacada por la conveniencia y el interés de los seguidores y no por abrazar los ideales de los líderes y de la agrupación política, convirtiendo el apoyo en un respaldo ficticio de donde seguramente surgirán los clanes familiares con agenda e intereses particulares.
También conozco de primera mano que la gran mayoría de partidos (por no decir todos) están buscando la vía rápida para ganar en esta carrera electoral sin importar que esta sea ética o antiética, legal o ilegal, recurriendo a cualquier tipo de método que les brinde esperanza de éxito. Llegan incluso, cuales mafias organizadas, a pactar reuniones secretas (normalmente de noche), como si ser candidato fuera un delito, buscan atacar al oponente de manera anónima, para lo cual son parte o autorizan la creación de cuentas falsas en las redes sociales, infiltran pseudo espías en las organizaciones de la competencia. Estoy seguro de que, si el triunfo electoral dependiera únicamente de pagar un precio alto y exorbitante para la mayoría de los electores, los candidatos lo pagarían de tal manera de alcanzar el añorado triunfo electoral, demostrando claramente que lo importante es ganar, sin importar el método.
Soy testigo entonces, seguramente como muchos de ustedes, de estos comportamientos inescrupulosos de nuestros políticos y nuestra política en general, donde el apetito de poder opaca y confunde el espíritu de competencia leal y sumerge al más decente competidor y a sus seguidores en el lodo de lo inmoral; rosando así, casi sin darse cuenta, los terrenos hediondos del comportamiento ilícito y convirtiéndolos en potenciales miembros de cualquier organización delictiva. Tampoco es de extrañar que este comportamiento se evidencia desde las esferas de las candidaturas distritales hasta las regionales. Queda claro entonces que, aunque hay quienes hasta preferirían perder jugando limpio, abundan quienes quieren ganar a como de lugar, incluso haciendo trampa.
Me pregunto entonces qué nos deparará el futuro si desde ahora tanto los candidatos como sus seguidores empiezan con este “modus operandi”. Mis expectativas del “verdadero cambio” y de “el cambio es ahora” se ven nuevamente reducidas a cero. Parece que nada se ha aprendido de la crisis política nacional en la que estamos inmersos desde hace bastante tiempo, donde el objetivo de la política ha pasado de buscar el bien común colectivo a buscar y añorar los intereses particulares de algún candidato o de algún clan familiar. Más preocupante aún es pensar en que quizá nunca podamos salir de esto.
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